Tengo que admitirlo… el 2019 comenzó para mí de forma agridulce. Aunque soy una maestra joven, de repente me vi sola y como la maestra más vieja de la escuela en mi equipo de grado. Mi mentora se había retirado el año anterior, un gran compañero decidió irse fuera del país a hacer estudios doctorales, y una maestra que recién se había hecho mi amiga y compañera de inventos no fue contratada otra vez en mi escuela por ser maestra transitoria. De ser parte de un equipo excelente, unido y eficiente, me encontré en un agosto sola y con la nueva responsabilidad de líder de equipo. Yo nunca me he sentido cómoda en los papeles de liderazgo, pero suelen tocarme.

Por otro lado, prometía ser un año diferente en un aspecto positivo. Iba a tener grupos pequeños, lo cual significaba que tendría mucha más libertad para hacer el tipo de actividades que con 27-30 estudiantes son casi imposibles. También, hice buena química con la nueva maestra de Ciencias, una maestra veterana que venía de otra escuela, y en quien encontré rápido una compañera confiable y llena de cualidades de las que podía aprender. Pero el primer semestre trajo sus propios retos, por razones que no voy a divulgar, y estuvo lejos de ser el semestre “fácil” que yo esperaba. Fue sumamente estresante.

Entonces, nos fuimos de vacaciones de invierno y, días antes de comenzar el segundo semestre, Puerto Rico tembló. ¡Y cómo! El comienzo del semestre se retrasó mientras las escuelas pasaban inspecciones estructurales, se daba tiempo para manejar el miedo, se practicaban simulacros de emergencia, y más. Mi escuela fue una de las que comenzó en la primera fase en el mes de febrero, ya que estamos lejos del epicentro y nuestra estructura es muy sólida. Sin embargo, hay escuelas, que al día de hoy (mayo 2020), nunca pudieron reabrir. Nos íbamos acostumbrando a las clases ante la nueva realidad de una tierra que tiembla, cuando el COVID-19 nos obligó a encerrarnos en nuestras casas.

Miles de maestros alrededor del mundo hemos tenido que hacer de tripas, corazones…

No voy a escribir mucho sobre lo que tuvimos que enfrentar los docentes en Puerto Rico, cuando nos despedimos de nuestros niños un viernes 13 de marzo cualquiera, para no regresar el resto del año, porque sé que mi historia no es única. Miles de maestros alrededor del mundo hemos tenido que hacer de tripas, corazones, educando a distancia sin entrenamiento, sin equipo adecuado, sin un ambiente adecuado, sin acceso a Internet confiable—de hecho, pagado de nuestro propio bolsillo—y otras carencias. Y ni hablar de los estudiantes, compartiendo un mismo dispositivo con sus hermanitos y/o padres, o tratando de entender plataformas nunca antes vistas sin supervisión adulta—porque sus encargados trabajan en puestos de primera necesidad—y tan abrumados de trabajo porque de repente tenían que hacer sentido de seis y siete materias a la vez, en distintas plataformas, y nadie los preparó para eso.

El pasado viernes, 8 de mayo, fue mi último día lectivo con mis estudiantes, aunque los maestros seguiremos trabajando hasta principios de junio. Este semestre, he tenido algunos de los días más difíciles de mi vida, en parte por ser una novata en esto de la educación a distancia, y por otras razones también relacionadas directamente a esta nueva situación. Pero también adquirí aprendizajes importantes. Aquí comparto cinco cosas que este año académico me enseñó:

1. Sí hace falta un líder. 

Al principio de este proceso, mis compañeros de grado estábamos usando distintas plataformas para trabajar a distancia y, en palabras boricuas, había tremendo “revolú”. Por razones que no conozco, mi directora decidió que mi equipo usaría la misma plataforma que yo (Google Classroom), y así me convertí en la que tendría que entrenar a algunos de mis compañeros, mientras también les enseñaba a estudiantes y padres a usarla, y yo misma la aprendía. Esas primeras semanas fueron duras, pero eventualmente, las aguas se tranquilizaron y los problemas técnicos se minimizaron grandemente.

2. No tengo que ser una maestra extra todo el tiempo. 

Quise hacer demasiado, lo cual redundó en un agotamiento físico y mental increíble. Intentando adaptar mi currículo al aprendizaje en línea, pasaba largas horas diseñando materiales y assessments para completar de forma digital. Básicamente, les daba alrededor de 3 assessments a la semana, lo que probó ser mi perdición al final cuando me tocó corregir. Quería que mis alumnos disfrutaran esta nueva faceta de estudios, pero en el proceso, estaba sacrificando mi salud. Quizás, por esta vez, hubiera sido aceptable ser una maestra levemente mediocre. No te miento, se sintió bien recibir halagos de los padres sobre cómo manejé el proceso, pero esos halagos no me libran de haberme lastimado la espalda, del estrés y las lágrimas.

3. Los límites son importantes.

Las primeras semanas, aunque no lo medí, debo haber estado haciendo días de trabajo de 10-12 horas. Un día, vi el amanecer. Decidí que esa iba a ser la última vez. Pero al final, mis excesos en el punto #2 regresaron a atormentarme. Y hoy, escribiendo estas líneas, estoy lidiando con una espalda sumamente lastimada, producto de la mala postura de largas horas leyendo y corrigiendo cientos de tareas. La última vez que tuve un dolor como este, tuve que ir al hospital. Por razones que todos conocen, es el lugar que menos quiero visitar ahora mismo. Por otro lado, aprendí que los límites son importantes en otro sentido. Les di demasiada libertad a mis estudiantes en cuanto a fechas de entrega. Recibí tareas hasta el último día, sin penalizar. Error. Me penalicé a mí misma.

4. Quiero usar más tecnología, independientemente de que regresemos al salón de clases presencial o no.

Dentro de todo lo negativo, me gustó experimentar con nuevas herramientas tecnológicas. Ya me imagino usando Google Docs para colaborar en el proceso de escritura, Boom Cards para reforzar destrezas que suelen ser aburridas, Google Forms para pruebas auto verificables, y Google Slides para trabajos interactivos. En particular, sueño con el día en que tenga el escritorio libre de papeles, o al menos, con menor cantidad. Puedes hacer clic aquí para que encuentres algunos de los recursos digitales que creé durante la cuarentena.

5. Extraño el salón de clases.

Aunque admito que me encantó no tener que lidiar con problemas de conducta, ni despertar a esa niña que se está durmiendo, ni llamarles la atención a los dos chicos distraídos o parlanchines, ni que me interrumpan en medio de una lección divertida pidiendo permiso para ir al baño, quiero estar con mis estudiantes. Su papel no puede ser sustituido por una interacción fría detrás de una pantalla. Sus miradas me dan vida. Sus risas me dan motivación. Sus retos me hacen mejor maestra. Sus ocurrencias me alegran el día. Me hice maestra por ellos, y eso no ha cambiado. Son mi gente favorita.

Estas son solo cinco lecciones que este año me dejó. ¿Y a ti? ¿Qué aprendizaje valioso te trajo el año académico 2019-2020? Comenta abajo; te leo.

Y [pronto]… ¡felices vacaciones!